Este personaje es
considerado el fundador y primer monarca del reino de Asturias. Fue Don Pelayo
quien frenó la expansión de los musulmanes hacia el norte de Hispania.
Su origen es controvertido y según la historiografía moderna inicia la
Reconquista en la antigua provincia Asturiensis.
La existencia de este ducado es aceptada por los historiadores del reino visigodo,
la novedad es que Pelayo podría ser hijo del Dux Asturiensis, Fafila: la Crónica
Albeldense, redactada en Oviedo en tiempos del rey asturiano Alfonso III el
Magno, dice que el Dux Fafila o Favila, era el padre de Pelayo y que fue muerto
a manos de Witiza, rey de los visigodos asociado al trono hacia el 694 y reinó
conjuntamente regni concordia desde
su unción el 15 de noviembre del 700, hasta finales de 702 o 703, en que falleció
su padre Égica.
De esta forma se explicarían muchos particulares acerca del origen de reino
de Asturias y acerca de Pelayo. Se sabe que los duques eran, en los últimos tiempos
del reino visigodo «cabezas de redes de dependencias protofeudales en sus
ducados». Así se explica por qué Pelayo buscó refugio en Asturias, entre la
clientela de su padre, cuando Witiza, el asesino de Fafila, empuña el cetro
real, huyendo de Witiza, no de los musulmanes.
La misma existencia de una provincia Asturiense reduce considerablemente
las posibilidades para el posible ducado de Favila: no podía ser el de
Gallaecia ni tampoco el de Cantabria porque Pelayo hubiera buscado refugio en
aquellas tierras y no entre los astures, con los clientes de su padre, astures
que no son otros que los habitantes de la Asturiensis. Así la resistencia de
Pelayo sería la de un antiguo núcleo del reino de Toledo: el levantamiento y la
resistencia finalmente triunfa de una de sus provincias contra el poder musulmán.
Estas provincias, en manos de sus duques, experimentaban una tendencia
centrifuga, protofeudal, en los últimos tiempos de la monarquía visigoda, y de
no haber existido la invasión musulmana, se habría consumado seguramente la
disgregación del reino.
Las primeras incursiones árabes en el norte fueron las de
Muza entre los años 712 y 714. Entró en Asturias por el puerto de Tarna,
remontó el río Nalón y tomó Lucus Asturum (Santa María de Lugo de Llanera) y
luego Gijón, donde dejó a cargo al gobernador Munuza. Las familias dominantes
del resto de las ciudades asturianas capitularon y probablemente también la
familia de Pelayo.
En el 712 Toledo se rinde sin oponer resistencia y Don
Pelayo abandonó la capital con sus hombre escoltando a Urbano, arzobispo de
Toledo, quien custodiaba las sagradas reliquias cristianas. Se establece en la
cornisa cantábrica y su primera labor es intentar atraer a su causa a los
bravos montañeses. Los astures y cántabros vivían en clanes dispersos por las
montañas con un gran sentido de la independencia (demostrado ampliamente frente
a los romanos).
Tras la llegada en el año 714 de la expedición de Muza a
Asturias, el jefe bereber Mnuza o Munuza fue encargado de las tropas y la administración
de la mitad norte peninsular, asentándose al frente de una guarnición musulmana
en Gijón, mientras otras aseguraban el territorio, y otras atacaban a los
últimos restos de resistencia. Las familias más importantes de la aristocracia
astur, entre ellas la de Pelayo, enviaron rehenes a Córdoba para garantizar la
capitulación.
En 718 tuvo lugar una primera rebelión encabezada por
Pelayo, que fracasó. Pelayo fue detenido y enviado a Córdoba. Sin embargo,
consiguió escapar y volver a Asturias, donde encabezó una segunda sublevación y
se refugió en las montañas de Covadonga y Cangas, donde se mantenía la
resistencia.
Tras unos años de mutuo hostigamiento, durante el gobierno de Anbasa (722)
Munuza envió al general Al Qama quien dirige sus tropas al refugio de Pelayo en
Piloña. El líder astur y sus hombres se refugiaron en el Monte Auseva, donde
esperaron a las tropas musulmanas, mientras que Munuza ordenaba refuerzos desde
la meseta para acabar con la resistencia. Allí les tendieron una emboscada al
destacamento musulmán, el cual fue aniquilado. Esta acción bélica se conoce
como la Batalla de Covadonga. Después de la batalla, el gobernador militar al
mando de la mitad norte de la península Ibérica, Munuza, que tenía como base
Gigia (actual Gijón), intentó escapar de Asturias y alcanzar la seguridad de
sus posiciones en la meseta, pero fue dado alcance y muerto junto con su
séquito y sus tropas en un valle del centro de Asturias.
Sin embargo, el triunfo de la revuelta no llevó a Pelayo
a establecer su corte en Gijón, que era la ciudad más importante de la Asturias
bajoimperial, sino que se asentó en Cangas de Onís, situada en las
estribaciones de los Picos de Europa: lo inseguro de su situación hacía
aconsejable refugiarse en un territorio montañoso que fuera poco accesible para
las aceifas musulmanas. Pero una vez que décadas más tarde se consolidara el
Reino, la sede regia fue trasladada sucesivamente a Pravia por el rey Silo,
esposo de Adosinda, nieta de Pelayo, y, posteriormente, a Oviedo.
El rey don Pelayo falleció en Cangas de Onís, donde tenía
su corte, en el año 737. Después de su defunción, su cadáver recibió sepultura
en la iglesia de Santa Eulalia de Abamia, situada en la localidad asturiana de
Abamia, en la que previamente había sido sepultada su esposa, la reina Gaudiosa.
En el lado del Evangelio de dicha iglesia, se conserva en la actualidad el
sepulcro, vacío, que contuvo los restos del rey, y enfrente, colocado en el
lado de la Epístola, se encuentra el que contuvo los restos de la esposa de don
Pelayo. El cronista Ambrosio de Morales dejó constancia en su obra de que Alfonso
X el Sabio, rey de Castilla y León, ordenó trasladar los restos del rey don
Pelayo y los de su esposa a la Santa Cueva de Covadonga.
DON PELAYO
AUTOR: Félix Piñerúa Monasterio
DISEÑO Y MONTAJE ELECTRÓNICO: Trinemily Gavidia Arguinzones
FOTOGRAFÍA: Félix Piñerúa Monasterio
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