sábado, 12 de enero de 2013

Pensamiento Latinoamericano - José Enrique Rodó y la Democracia


Este intelectual uruguayo nace en Montevideo el 15 de julio de 1871 y muere en Palermo, Italia el 1 de mayo de 1917. Sus obras señalaron el malestar hispanoamericano con un estilo refinado, típico del modernismo, fue uno de los autores más influyentes de Hispanoamérica.
Admirador de la cultura griega e inspirado en Platón, Rodó analiza el concepto de la democracia diciendo que “sobre la democracia pesa la acusación de guiar a la humanidad, mediocrizándola, a un Sacro Imperio del utilitarismo”. Y fiel al ideal griego argumenta que “cuando la democracia no enaltece su espíritu por la influencia de una fuerte preocupación ideal que comparta su imperio con la preocupación de los intereses materiales, ella conduce fatalmente a la privanza de la mediocridad, y carece, más que ningún otro régimen, de eficaces barreras con las cuales asegurar dentro de un ambiente adecuado la inviolabilidad de la alta cultura. Abandonada a sí misma –sin la constante rectificación de una activa autoridad moral que la depure y encauce sus tendencias en el  sentido de la dignificación de la vida,- la democracia extinguirá gradualmente toda idea de superioridad que no se traduzca en un mayor  y más osada aptitud para las luchas del interés, que son entonces la forma más innobles de las brutalidades de la fuerza”. Aquí establece un distanciamiento radical con el materialismo historico, y para reafirmarlo nos dice que “La selección espiritual, el enaltecimiento de la vida por la presencia de estímulos desinteresados, el gusto, el arte, la suavidad de las costumbres, el sentimiento de admiración por todo perseverante propósito ideal y de acatamiento a toda noble supremacía, serán como debilidades indefensas allí donde la igualdad social que ha destruido las jerarquías imperativas e infundadas, no las sustituya con otras, que tengan en la influencia moral su único modo de dominio y su principio en una clasificación racional”.
Pero Rodó no solo toma distancia del materialismo histórico y su lucha de clases, también lo hace del pragmatismo. Y para él “La civilización de un pueblo adquiere su carácter, no de las manifestaciones de su prosperidad o de su grandeza material, sino de las superiores maneras de pensar y de sentir que dentro de ella son posibles; y ya observaba Comte, para mostrar cómo en cuestiones de intelectualidad, de moralidad, de sentimiento, sería insensato pretender que la calidad pueda ser sustituida en ningún caso por el número, que ni de la acumulación de muchos espíritus vulgares se obtendrá jamás el equivalente de un cerebro de genio, ni de la acumulación de muchas virtudes mediocres, el equivalente de un rasgo de abnegación o de heroísmo. – Al instituir nuestra democracia la universalidad y la igualdad de derechos, sancionaría, pues, el predominio innoble del número, si no  cuidase de mantener muy en alto la noción de las legitimas superioridades humanas, y de hacer, de la autoridad vinculada al voto popular, no la expresión del sofismo de la igualdad absoluta, sino, según las palabras que recuerdo de un joven publicista francés, “la consagración de la jerarquía, emanando de la libertad”. Aquí el autor diferencia entre los diferentes niveles motivacionales, pensando tal vez que las masas cuando no son educadas gravitan alrededor de sus necesidades básicas y están distantes de su autorrealización a causa de las carencias vividas. Así surge el terreno fértil para el populismo entendido negativamente como el uso de medidas de gobierno populares, destinadas a ganar la simpatía de la población, particularmente si ésta posee derecho a voto, aún a costa de tomar medidas contrarias al estado democrático sano. Sin embargo, a pesar de las características anti-institucionales que pueda tener, su objetivo primordial no es transformar profundamente las estructuras y relaciones sociales, económicas y políticas sino el preservar el poder y la hegemonía política a través de la popularidad entre las masas.
Estos populistas en palabras de Rodó “llamarán al dogmatismo del sentido vulgar, sabiduría; gravedad a la mezquina aridez de corazón; criterio sano, a la adaptación perfecta a lo mediocre; y despreocupación viril, al mal gusto”, en un estrategia donde los discursos oficiales de estos regímenes deben ser digeribles y del buen agrado de la población en general (para darle esperanza) por lo que no apelan a ideologías definidas e incluso pueden tener tintes más o menos revolucionarios, pero siempre carismáticos. Se diferencia de la demagogia porque se refiere no sólo a discursos, sino también a acciones. Así, se la puede entender como una táctica de uso limitado, o bien como una forma permanente de hacer política y permanecer en el poder.
Rodó en su análisis de la democracia continua diciendo, “la oposición entre el régimen de la democracia y la alta vida del espíritu es una realidad fatal cuando aquel régimen significa el desconocimiento de las desigualdades legitimas”. Estas desigualdades son mayores cuando la democracia “aún no terminada, no ha llegado a conciliar definitivamente su empresa de igualdad con una fuerte garantía social de selección, equivale a desconocer la obra paralela y concorde, de la ciencia, porque interpretada con el criterio estrecho de una escuela ha podido dañar alguna vez al espíritu de religiosidad o al espíritu de poesía. – La democracia y la ciencia son, en efecto, los dos insustituibles soportes sobre los que nuestra civilización descansa”. ”Sólo cabe pensar  en la educación de la democracia y su reforma. Cabe pensar en que progresivamente se encarnen, en los sentimientos del pueblo y sus costumbres, la idea de las subordinaciones necesarias, la noción de las superioridades verdaderas, el culto consciente y espontáneo de todo lo que multiplica, a los ojos de la razón, la cifra  del valor humano”. Y es aquí donde “la educación popular adquiere, considerada en relación a tal obra, como siempre que se la mira con el pensamiento del porvenir, un interés supremo. Es en la escuela, por cuyas manos procuramos que pase la dura arcilla de las muchedumbres, donde está la primera y más generosa manifestación de la equidad social, que consagra para todos la accesibilidad del saber y de los medios más eficaces de superioridad. Ella debe complementar tan noble cometido, haciendo objetos de una educación preferente y cuidadosa el sentido del orden, la idea y la voluntad de la justicia, el sentimiento de las legitimas autoridades morales”.
Así “la igualdad democrática puede significar una igual posibilidad, pero nunca una igual realidad, de influencia y de prestigio, entre los miembros de una sociedad organizada”. Siendo “el deber del Estado predisponer los medios propios para provocar, uniformemente, la revelación de las superioridades humanas, dondequiera que existan. De tal manera, más allá de esta igualdad inicial, toda desigualdad estará justificada, porque será la sanción de las misteriosas elecciones de la Naturaleza o del esfuerzo meritorio de la voluntad”. Aquí juega un papel importante el deseo de superación individual y la autorrealización. A diferencia de la propuesta populista donde la definición abstracta de lo que es el bienestar general del "pueblo" así como orden social instituido u autodeterminación permiten manipular el uso del término y aplicarlo eventualmente contra los adversarios políticos. El populismo no aboga por ideologías precisas o por la concientización y el debate o consenso de tesis políticas o económicas claras sino que aboga por los sentimientos de aceptación masiva de un grupo en el poder y de una ideologización superficial pero intensiva. Por lo cual el populismo no es de "izquierda" o de "derecha", puesto que es una práctica del grupo en el poder y no un movimiento ideológico propiamente dicho.
Siguiendo con el pensador uruguayo “racionalmente concebida, la democracia admite siempre un imprescriptible elemento aristocrático, que consiste en establecer la superioridad de los mejores, asegurándola sobre el consentimiento libre de los asociados. Ella consagra, como las aristocracias, la distinción de calidad; pero la resuelve a favor de las calidades realmente superiores, -las de la virtud, el carácter, el espíritu, -y sin pretender inmovilizarlas en clases constituidas aparte de las otras, que mantengan a su favor el privilegio execrable de la casta, renueva sin cesar su aristocracia dirigente en las fuentes vivas del pueblo y la hace aceptar por la justicia y el amor”. Aquí el autor da un paso adelante en el perfeccionamiento del concepto de democracia concebido por Platón.
En su carácter idealista para Rodó “en la organización y en el espíritu de la sociedad, basta insistir en la concepción de una democracia noble, justa; de una democracia dirigida por la noción y el sentimiento de las verdaderas superioridades humanas; de una democracia en la cual la supremacía de la inteligencia y la virtud, -únicos limites para la equivalencia meritoria de los hombres,- reciba su autoridad y su prestigio de la libertad y descienda sobre la multitud en la efusión bienhechora del amor”.

Referencia
Rodó, J. (1993). Ariel. Caracas: Biblioteca Ayacucho.

JOSÉ ENRIQUE RODÓ Y LA DEMOCRACIA
AUTOR: Félix Piñerúa Monasterio
DISEÑO Y MONTAJE ELECTRÓNICO: Trinemily Gavidia Arguinzones

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