lunes, 21 de mayo de 2012

Religiosidad Africana

Para el africano, el ritmo es  la arquitectura del ser, el dinamismo interior que le da forma, el sistema de ondas vitales, ondas que emiten en dirección a los demás, la expresión de la fuerza vital.
Los bantú (el termino incluye a los más de 400 grupos étnicos de pueblos melanoafricanos que hablan lenguas bantúes que viven al sur de una línea que va desde Duala en Camerún hasta la desembocadura del río Yuba en Somalia. No comprenden un tipo racial ni una cultura uniformes. Los bantúes están divididos en cuatro grupos principales. Entre los más característicos figuran, de norte a sur, los fang, bakuba, baluba, lingala, bakongo, hutus, baganda, kikuyus, tongas, bechuanas, hereros, swazi, sotho, zulú y xhosa) distinguen todo lo que existe en cuatro categorías: el hombre (Mu), las cosas y los animales (Ki), el tiempo y el lugar (Ha), la modalidad (Ku). Para estos pueblos la palabra pronunciada no tiene una mera función indicativa: ella misma  es fuerza, ritmo, nommo. Por eso las civilizaciones africanas siempre integran la danza, la palabra, la música y el ritmo. Así todo lo que hace, dice y piensan estos hombres se desarrolla en una dimensión estrictamente religiosa.
Cada realidad posee su apariencia y su «esencia singular», esto es, su magara. Hasta que un recién nacido no ha recibido de boca del hechicero su magara, es un bazima, una pluralidad anónima inferior a cualquier Ki-Ntu, porque la palabra «crea lo que evoca». Y no solo eso. La palabra pronunciada ejerce dominio sobre la esencia singular una vez creada o descubierta. De aquí la preocupación constante del bantú  de descubrir el magara, aferrado a la individualidad de cada cosa que sabe relacionada con el conjunto de la fuerza universal.
Para el bantú, crear fuerzas poderosas – ¿cabe llamarlas divinidades?- es, al mismo tiempo, descubrir magaras y someterlos al dominio del hombre. De aquí la aparente facilidad con que los africanos se dejan «convertir» a otras religiones, pues con ello lo que hacen es «asimilar» magaras para dominarlos y usarlos según sus propias necesidades.
 Para tener prueba de la realidad, el africano necesita contar con algo evidente, y esto lo experimenta a través de la posesión. Dejándose poseer por los espíritus que él mismo ha evocado, se transforma en causa  instrumental, produciendo efectos superiores  a sus capacidades humanas y, al mismo tiempo, asimila más fuerza vital, esto es, se beneficia individualmente.
El mismo fetichismo no sería inteligible si la palabra no tuviera el poder de someter a las fuerzas de las entidades espirituales superiores al hombre, o sencillamente no humanas, cuyas magaras se conozcan.

Referencia
Del Zotti, C. (1975). Brujería y Magia en América. Barcelona: Plaza & Janes.

Foto: Museo de Antropología - Madrid

RELIGIOSIDAD AFRICANA
AUTOR: Félix Piñerúa Monasterio
DISEÑO Y MONTAJE ELECTRÓNICO: Trinemily Gavidia
FOTOGRAFÍA: Félix Piñerúa Monasterio

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