Para el africano, el ritmo
es la arquitectura del ser, el dinamismo
interior que le da forma, el sistema de ondas vitales, ondas que emiten en dirección
a los demás, la expresión de la fuerza vital.
Los bantú (el
termino incluye a los más de 400 grupos étnicos de pueblos melanoafricanos
que hablan lenguas bantúes que viven al sur de una línea que va desde Duala en Camerún
hasta la desembocadura del río Yuba en Somalia. No comprenden un tipo racial ni
una cultura uniformes. Los bantúes están divididos en cuatro grupos
principales. Entre los más característicos figuran, de norte a sur, los fang, bakuba,
baluba, lingala, bakongo, hutus, baganda, kikuyus, tongas, bechuanas, hereros, swazi,
sotho, zulú y xhosa)
distinguen todo lo que
existe en cuatro categorías: el hombre (Mu),
las cosas y los animales (Ki), el
tiempo y el lugar (Ha), la modalidad (Ku). Para estos pueblos la palabra
pronunciada no tiene una mera función indicativa: ella misma es fuerza, ritmo, nommo. Por eso las civilizaciones africanas siempre integran la
danza, la palabra, la música y el ritmo. Así todo lo que hace, dice y piensan
estos hombres se desarrolla en una dimensión estrictamente religiosa.
Cada realidad
posee su apariencia y su «esencia singular», esto es, su magara. Hasta que un recién nacido no ha recibido de boca del
hechicero su magara, es un bazima, una pluralidad anónima inferior
a cualquier Ki-Ntu, porque la palabra
«crea lo que evoca». Y no solo eso. La palabra pronunciada ejerce dominio sobre
la esencia singular una vez creada o descubierta. De aquí la preocupación
constante del bantú de descubrir el magara, aferrado a la individualidad de
cada cosa que sabe relacionada con el conjunto de la fuerza universal.
Para el bantú,
crear fuerzas poderosas – ¿cabe llamarlas divinidades?- es, al mismo tiempo,
descubrir magaras y someterlos al
dominio del hombre. De aquí la aparente facilidad con que los africanos se
dejan «convertir» a otras religiones, pues con ello lo que hacen es «asimilar» magaras para dominarlos y usarlos según
sus propias necesidades.
Para tener prueba de la realidad, el africano
necesita contar con algo evidente, y esto lo experimenta a través de la
posesión. Dejándose poseer por los espíritus que él mismo ha evocado, se transforma
en causa instrumental, produciendo
efectos superiores a sus capacidades
humanas y, al mismo tiempo, asimila más fuerza vital, esto es, se beneficia
individualmente.
El mismo
fetichismo no sería inteligible si la palabra no tuviera el poder de someter a
las fuerzas de las entidades espirituales superiores al hombre, o sencillamente
no humanas, cuyas magaras se
conozcan.
Referencia
Del Zotti, C.
(1975). Brujería y Magia en América.
Barcelona: Plaza & Janes.
Foto: Museo de Antropología - Madrid
Foto: Museo de Antropología - Madrid
RELIGIOSIDAD AFRICANA
AUTOR: Félix Piñerúa Monasterio
DISEÑO Y MONTAJE ELECTRÓNICO: Trinemily Gavidia
FOTOGRAFÍA: Félix Piñerúa Monasterio
No hay comentarios:
Publicar un comentario