viernes, 17 de junio de 2011

Leyendas de Latinoamérica - Eldorado

Cuenta la leyenda Chibcha de unas ceremonias rituales que, periódicamente, el cacique de la comarca realizaba para hacer ofrendas, sacrificios e implorar la benevolencia de los dioses tutelares de la laguna. Para ello el cacique  y los más destacados miembros de su séquito real, inician el obligado ayuno y abstinencia, necesarios para la purificación, y así estar preparados para invocar la indulgencia de la diosa tutelar de las aguas.
Mientras el supremo cacique y sus cortesanos se preparan física y espiritualmente para el rito en la laguna, en el bohío real se hacen todos los preparativos para el acontecimiento. Todo es preparado con meticulosidad para el ritual.
Todo el pueblo participa de la purificación y se preparan para el acontecimiento, preparan sus mascaras, sus vistosos arreos, sus más ricos adornos, sus más hermosos penachos multicolores, así como los instrumentos para amenizar los actos mientras que prácticamente todos hacen ricas provisiones de alimentos y, sobre todo de chicha, para conmemorar tan regio espectáculo que propiciara el beneplácito de sus dioses protectores.
Guerreros ostentando, en sus cabezas, hermosos y policromados penachos de pluma de las más exóticas aves, llevan sobre sus hombros las andas sobre las cuales reposa la soberana y divina majestad del cacique. A los lados y detrás del soberano güechas o guerreros, portando sus flechas, sus lanzas, siguen el cortejo hacia la laguna de Guatavita, Cundinamarca, Colombia.
A corta distancia de la orilla desciende el soberano de su litera e inicia, a pie, el corto trayecto hacia la balsa real que lo espera. En su breve recorrido, güechas y cortesanos cubren de ricas y coloridas mantas el suelo. Una inmensa y hermosa balsa cubierta de mantas multicolores y de fragantes flores silvestres espera. Suben primero, varios de los más destacados súbditos del cacicazgo, quienes toman asiento, dejando el centro libre para el soberano. Asciende éste a la majestuosa rampla. Apenas se ha colocado en el centro de la armadía, deja caer su hermoso manto rojo. Este queda desnudo, pero del todo cubierto de oro en polvo.
La barcaza real se aleja lentamente de la orilla, mientras que la muchedumbre, vuelta de espalda a la laguna, para no ofender con la mirada, la divina majestad del cacique. Ya en medio de la laguna, envuelto en volutas de humo de perfumadas resinas, el cacique, de pie dirige su cuerpo y su mirada hacia Oriente, en espera del monarca de las alturas. El cacique pronuncia sus oraciones y arroja al fondo de la sagrada laguna las más hermosas esmeraldas, como ofrenda a la diosa tutelar de su pueblo. Luego, en arrogante gesto y con canticos continúa arrojando, a la laguna, las más delicadas y hermosas preseas. Tunjos de oro, animales confeccionados del mismo metal. Terminada las ricas ofrendas el cacique salta de la barcaza y se sumerge en las cristalinas aguas de la laguna. Frotándose con hierbas el cuerpo, y el oro. El cacique, habiendo ya dedicado su última ofrenda a la diosa, regresa a la balsa. Sus súbditos arrópanlo, luego con ricas mantas para secar su cuerpo purificado y después, cúbrenlo con el manto propio de su realeza.


Referencia
Arango, J. (1976). Mitos, Leyendas y Dioses Chibchas. Bogotá: Plaza y Janes.

EL DORADO
AUTOR: Félix Piñerúa Monasterio
DISEÑO Y MONTAJE ELECTRÓNICO: Trinemily Gavidia

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