Este intelectual uruguayo
nace en Montevideo el 15 de julio de 1871 y muere en Palermo, Italia el 1 de
mayo de 1917. Sus obras señalaron el malestar hispanoamericano con un estilo
refinado, típico del modernismo, fue uno de los autores más influyentes de Hispanoamérica.
Admirador de la cultura griega
e inspirado en Platón, Rodó analiza el concepto de la democracia diciendo que “sobre
la democracia pesa la acusación de guiar a la humanidad, mediocrizándola, a un
Sacro Imperio del utilitarismo”. Y fiel al ideal griego argumenta que “cuando la democracia no enaltece su espíritu por la
influencia de una fuerte preocupación ideal que comparta su imperio con la
preocupación de los intereses materiales, ella conduce fatalmente a la privanza
de la mediocridad, y carece, más que ningún otro régimen, de eficaces barreras
con las cuales asegurar dentro de un ambiente adecuado la inviolabilidad de la
alta cultura. Abandonada a sí misma –sin la constante rectificación de una
activa autoridad moral que la depure y encauce sus tendencias en el sentido de la dignificación de la vida,- la
democracia extinguirá gradualmente toda idea de superioridad que no se traduzca
en un mayor y más osada aptitud para las
luchas del interés, que son entonces la forma más innobles de las brutalidades
de la fuerza”. Aquí establece un distanciamiento radical con el materialismo
historico, y para reafirmarlo nos dice que “La selección espiritual, el
enaltecimiento de la vida por la presencia de estímulos desinteresados, el
gusto, el arte, la suavidad de las costumbres, el sentimiento de admiración por
todo perseverante propósito ideal y de acatamiento a toda noble supremacía,
serán como debilidades indefensas allí donde la igualdad social que ha
destruido las jerarquías imperativas e infundadas, no las sustituya con otras,
que tengan en la influencia moral su único modo de dominio y su principio en
una clasificación racional”.
Pero Rodó no solo toma
distancia del materialismo histórico y su lucha de clases, también lo hace del
pragmatismo. Y para él “La civilización de un
pueblo adquiere su carácter, no de las manifestaciones de su prosperidad o de
su grandeza material, sino de las superiores maneras de pensar y de sentir que
dentro de ella son posibles; y ya observaba Comte, para mostrar cómo en cuestiones
de intelectualidad, de moralidad, de sentimiento, sería insensato pretender que
la calidad pueda ser sustituida en ningún caso por el número, que ni de la
acumulación de muchos espíritus vulgares se obtendrá jamás el equivalente de un
cerebro de genio, ni de la acumulación de muchas virtudes mediocres, el
equivalente de un rasgo de abnegación o de heroísmo. – Al instituir nuestra
democracia la universalidad y la igualdad de derechos, sancionaría, pues, el
predominio innoble del número, si no
cuidase de mantener muy en alto la noción de las legitimas
superioridades humanas, y de hacer, de la autoridad vinculada al voto popular,
no la expresión del sofismo de la igualdad absoluta, sino, según las palabras
que recuerdo de un joven publicista francés, “la consagración de la jerarquía,
emanando de la libertad”. Aquí el autor diferencia entre los diferentes niveles
motivacionales, pensando tal vez que las masas cuando no son educadas gravitan alrededor
de sus necesidades básicas y están distantes de su autorrealización a causa de
las carencias vividas. Así surge el terreno fértil para el populismo entendido negativamente
como el uso de medidas de gobierno populares,
destinadas a ganar la simpatía de la población, particularmente si ésta posee
derecho a voto, aún a costa de tomar medidas contrarias al estado democrático
sano. Sin embargo, a pesar de las características anti-institucionales que
pueda tener, su objetivo primordial no es transformar profundamente las
estructuras y relaciones sociales, económicas y políticas sino el preservar el
poder y la hegemonía política a través de la popularidad entre las masas.
Estos populistas en palabras de Rodó “llamarán
al dogmatismo del sentido vulgar, sabiduría; gravedad a la mezquina aridez de
corazón; criterio sano, a la adaptación perfecta a lo mediocre; y
despreocupación viril, al mal gusto”, en un estrategia donde los discursos oficiales de estos regímenes deben ser digeribles y del
buen agrado de la población en general (para darle esperanza) por lo que no
apelan a ideologías definidas e incluso pueden tener tintes más o menos revolucionarios,
pero siempre carismáticos. Se diferencia de la demagogia porque se refiere no
sólo a discursos, sino también a acciones. Así, se la puede entender como una
táctica de uso limitado, o bien como una forma permanente de hacer política y
permanecer en el poder.
Rodó en su análisis
de la democracia continua diciendo, “la oposición entre el
régimen de la democracia y la alta vida del espíritu es una realidad fatal
cuando aquel régimen significa el desconocimiento de las desigualdades
legitimas”. Estas desigualdades son mayores cuando la democracia “aún no terminada,
no ha llegado a conciliar definitivamente su empresa de igualdad con una fuerte
garantía social de selección, equivale a desconocer la obra paralela y
concorde, de la ciencia, porque interpretada con el criterio estrecho de una
escuela ha podido dañar alguna vez al espíritu de religiosidad o al espíritu de
poesía. – La democracia y la ciencia son, en efecto, los dos insustituibles
soportes sobre los que nuestra civilización descansa”. ”Sólo cabe pensar en la educación de la democracia y su
reforma. Cabe pensar en que progresivamente se encarnen, en los sentimientos
del pueblo y sus costumbres, la idea de las subordinaciones necesarias, la
noción de las superioridades verdaderas, el culto consciente y espontáneo de
todo lo que multiplica, a los ojos de la razón, la cifra del valor humano”. Y es aquí donde “la
educación popular adquiere, considerada en relación a tal obra, como siempre
que se la mira con el pensamiento del porvenir, un interés supremo. Es en la
escuela, por cuyas manos procuramos que pase la dura arcilla de las
muchedumbres, donde está la primera y más generosa manifestación de la equidad
social, que consagra para todos la accesibilidad del saber y de los medios más
eficaces de superioridad. Ella debe complementar tan noble cometido, haciendo
objetos de una educación preferente y cuidadosa el sentido del orden, la idea y
la voluntad de la justicia, el sentimiento de las legitimas autoridades
morales”.
Así “la igualdad democrática
puede significar una igual posibilidad, pero nunca una igual realidad, de
influencia y de prestigio, entre los miembros de una sociedad organizada”. Siendo
“el deber del Estado predisponer los medios propios para provocar,
uniformemente, la revelación de las superioridades humanas, dondequiera que
existan. De tal manera, más allá de esta igualdad inicial, toda desigualdad
estará justificada, porque será la sanción de las misteriosas elecciones de la
Naturaleza o del esfuerzo meritorio de la voluntad”. Aquí juega un papel
importante el deseo de superación individual y la autorrealización. A diferencia
de la propuesta populista donde la definición
abstracta de lo que es el bienestar general del "pueblo" así como orden
social instituido u autodeterminación permiten manipular el uso del término y
aplicarlo eventualmente contra los
adversarios políticos. El populismo no aboga por ideologías precisas o por la
concientización y el debate o consenso de tesis políticas o económicas claras
sino que aboga por los sentimientos de aceptación masiva de un grupo en el
poder y de una ideologización superficial pero intensiva. Por lo cual el
populismo no es de "izquierda" o de "derecha", puesto que
es una práctica del grupo en el poder y no un movimiento ideológico propiamente
dicho.
Siguiendo con el pensador uruguayo “racionalmente concebida,
la democracia admite siempre un imprescriptible elemento aristocrático, que
consiste en establecer la superioridad de los mejores, asegurándola sobre el
consentimiento libre de los asociados. Ella consagra, como las aristocracias,
la distinción de calidad; pero la resuelve a favor de las calidades realmente superiores,
-las de la virtud, el carácter, el espíritu, -y sin pretender inmovilizarlas en
clases constituidas aparte de las otras, que mantengan a su favor el privilegio
execrable de la casta, renueva sin cesar su aristocracia dirigente en las
fuentes vivas del pueblo y la hace aceptar por la justicia y el amor”. Aquí el
autor da un paso adelante en el perfeccionamiento del concepto de democracia concebido
por Platón.
En su carácter idealista
para Rodó “en la organización y en el
espíritu de la sociedad, basta insistir en la concepción de una democracia
noble, justa; de una democracia dirigida por la noción y el sentimiento de las
verdaderas superioridades humanas; de una democracia en la cual la supremacía de
la inteligencia y la virtud, -únicos limites para la equivalencia meritoria de
los hombres,- reciba su autoridad y su prestigio de la libertad y descienda
sobre la multitud en la efusión bienhechora del amor”.
Referencia
Rodó, J. (1993). Ariel. Caracas: Biblioteca Ayacucho.
JOSÉ ENRIQUE RODÓ Y LA DEMOCRACIA
AUTOR: Félix Piñerúa Monasterio
DISEÑO Y MONTAJE ELECTRÓNICO: Trinemily Gavidia Arguinzones
JOSÉ ENRIQUE RODÓ Y LA DEMOCRACIA
AUTOR: Félix Piñerúa Monasterio
DISEÑO Y MONTAJE ELECTRÓNICO: Trinemily Gavidia Arguinzones
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