Los sofistas tienen el gran
valor de ser los primeros maestros de la cultura occidental. Son los primeros
que se preocupan por la formación retórica de los ciudadanos para la vida pública.
Son los sofistas los
encargados de democratizar el saber. Hasta entonces, la sabiduría estaba
aristocratizada: Heráclito guardaba sus libros en un templo para que no cayera
en manos del vulgo; el orfismo sólo purificaba a los iniciados en este culto;
los pitagóricos sólo revelaban sus secretos matemáticos a los que antes habían sido
ya «acusmáticos»; y Platón destacará por sus ideas aristocráticas. Sin embargo,
en las guerras médicas han luchado contra los persas todas las clases sociales,
y esto ha determinado un cambio en las estructuras políticas: se ha pasado de
la oligarquía aristocrática a la democracia. Además ha surgido una burguesía
adinerada, que quiere saber. Por tanto, debe haber un cambio paralelo en la
educación, y ese cambio lo realizaron los sofistas. Así harán posible el
esplendor de «siglo de Pericles» en Grecia.
Durante el siglo V, Atenas
victoriosa de sus guerras contra el Imperio Persa, se benefició de una
revolución económica y se desarrollaron en ella las instituciones democráticas.
La igualdad ante la ley y la posibilidad de acceder a altos cargos políticos apoyándose
en los propios méritos hicieron de la ateniense una sociedad abierta. Ello trajo
consigo un tipo de educación que los sofistas (maestros del saber) de antes –o sea,
los poetas, rapsodas, adivinadores- no podían proporcionar. Los nuevos
sofistas, Protágoras, Geogias y otros, hombres de formación universal, con
experiencia de los entresijos políticos de ciudades y colonias e impenitentes viajeros,
dieron forma al ideal educativo renovador. Sus enseñanzas iban dirigidas
principalmente a las personas que aspiraban a cargos públicos, pero su objetivo
era el de un hombre intelectualmente completo. De ahí su huella en la filosofía,
la lingüística, la teoría social y la religión haya sido perdurable.
Siendo la enseñanza de la
oratoria una parte importante del programa educativo de los sofistas, éstos presentaron
gran atención al lenguaje.
Su idea del conocimiento
humano pivota alrededor de la máxima de que «el hombre es la medida de todas
las cosas». En nuestra idea del mundo, nuestros sentidos eran la autoridad
final e infalible y, puesto que no todos los hombres tenían las mismas
experiencias de las cosas –lo dulce para uno seria amargo para otro-, la
realidad no poseía para ellos una sola cara, un solo argumento, una sola
descripción.
El mismo espíritu recorre
sus ideas sociales y políticas. Le era familiar la pluralidad de formas con que
los hombres se organizan en grupos y se rigen por normas. Por ello fueron los
primeros en reconocer que los hombres tienen una naturaleza superpuesta a la
naturaleza propiamente dicha (la de sus impulsos naturales, sus instintos o su
fuerza física). Esa segunda naturaleza venia dada por sus leyes, sus
convenciones, sus costumbres. En ellas residía la posibilidad misma del progreso.
Ideas así hicieron inevitable que se les viera como personas que atentaban
contra el orden natural de las cosas. La abolición de la esclavitud y la
emancipación de la mujer, que algunos llegaron a promover, eran ejemplo de esas
amenazas. La moral tradicional también quedaba en entredicho. Así la virtud no
era un don, sino que se puede enseñar y aprender. Y por otro lado, si no
predicadores del ateísmo, valoraban más el trabajo y el cumplimiento del deber
(Pródigo) y el autodominio (Antifonte) que la conducta que veía su modelo en la
actuación de los dioses, pues de éstos nada podía saberse. «El hombre es la medida
de todas las cosas» afirma Protágoras. Y, por lo tanto, la divinidad será para
él una mera creación humana. El hombre es la medida de los dioses, y no al revés,
Dios es algo convencional, es algo que crean los gobiernos para que les guarden
sus leyes, como dice Critias. Creencias como éstas explican los ocasionales
brotes de fanatismo religioso habidos en Atenas, como testifican las vidas de
Pródigo y Protágoras. A este respecto, el propio Sócrates no se diferencia
tanto de los sofistas.
Referencias
Acero, J.; Alegre, A.;
Granada, M. y Valverde J. (1983). Historia
del Pensamiento I. Barcelona: Orbis.
Hirschberger, J. (1997). Historia de la Filosofía I. Barcelona:
Herder.
Fotos: Museo Arqueológico de Atenas
LOS
SOFISTAS
AUTOR: Félix
Piñerúa Monasterio
DISEÑO
Y MONTAJE ELECTRÓNICO: Trinemily Gavidia
FOTOGRAFÍA: Félix
Piñerúa Monasterio
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