No importa para qué sirve lo que se hace, sino qué es lo que se hace, cuál es su sentido, cuáles son los motivos que me mueven a llevarlo a cabo y – en el fondo- qué significa el mismo hacer.
El hombre que se niega a la reflexión, que se subsume en el infinito sucederse del activismo, acaba viviendo en la inconsciencia y, probablemente, en la mentira. Y es dirigido por fuerzas que lo superan. Quien tiene la gallardía de parar a pensar, quien se hace filósofo, se sitúa, por el contrario, en la posibilidad de saber de sí, de dirigir su propia vida. Desde este punto de vista ya tenemos una definición de filosofía: la filosofía es un saber directivo. Una de sus razones de ser consiste en dirigir la propia experiencia hacia un fin, y por eso plantearse fines y medios, metas y caminos (Aranguren, 2003).
La Antropología Filosófica rescata cuidadosamente el sentido del hombre rompiendo el ámbito restrictivo de la acción y dejando de lado todo lo que es material de archivos o museos. Lo urgente ahora es explicarlo en el sentido etimológico de este verbo, es decir, dar razón del mismo desplegándolo en su realidad histórica. De aquí se pueden señalar los contactos y diferencias con la Antropología Cultural y Social. Tiene un real contacto con la Antropología Cultural porque lo que el hombre pensó de sí mismo es parte privilegiada de la cultura y también se relaciona con la antropología Social por que el hombre es un ser social como lo definió Aristóteles. Pero la Antropología Filosófica no se detiene en las diferentes estructuras como resultado de la sociabilidad sino ensaya una síntesis histórica que integra todos los aportes válidos del pensamiento convirtiéndose en Antropología.
Referencias
Aranguren, J. (2003). Antropología Filosófica. Madrid: McGraw Hill
Rivera, L. (1985). Antropología Filosófica. Buenos Aires: Guadalupe.
ANTROPOLOGÍA FILOSÓFICA
AUTOR: Félix Piñerúa Monasterio
DISEÑO Y MONTAJE ELECTRÓNICO: Trinemily Gavidia Arguinzones
FOTOGRAFÍA: Félix Piñerúa Monasterio
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